El miedo a México

París, Francia – ¿Tienen miedo de volver?, esa debería ser la pregunta obligada a cualquier migrante que solicita asilo en el extranjero, sin importar en cuál frontera esté. Si atravesó países o continentes para escapar del acoso, la violencia o el pasado, es porque de algo huye… quizá de él mismo. Las amenazas para todos son distintas, a veces la pesadilla lleva nuestro rostro, nombre y apellido.

Pero la astucia le ha ganado a la compasión. Los agentes de inmigración han encontrado la manera de sacarle la vuelta a ese cuestionamiento; esas han sido las órdenes, a veces perversas y subliminales, casi nunca directas: ¡Déjenlos fuera!

Estados Unidos está regresando a decenas de familias centroamericanas que han cruzado la frontera de manera legal para solicitar un asilo. No atravesaron el desierto ni brincaron cercos, no lucharon contra el río ni se metieron por el hoyo; llegaron por la entrada principal y tocaron la puerta. Después de ser inspeccionados y procesados, sin poder tocar siquiera más allá del territorio estadounidense, los expulsan al limbo. No los regresan a sus tierras, eso sería muy cruel –piensan-, pero los mandan a otro infierno: El desconocido y temido México.

Para los centroamericanos, el atravesar el “país azteca” es en sí el mayor de los calvarios. Saben que es muy probable que sea golpeados, asaltados, abusados y violados en el trayecto y, lo que queda de ellos, se lo pasan al narco. No son todos, pero sí muchos. Por eso buscan las caravanas, las desean, así pueden desplazarse en la mira, con la protección que da la indignación pública, con el saber que aunque sea por desprecio estarán pendientes de cada uno de sus pasos.

Logran llegar, a pesar de todo, casi todos. Y justo cuando creen que hallarán la paz, les dan solo un número de expediente y los devuelven a México, ese país del que también habían huido, ese en el que quizá también tienen enemigos, ese lugar en el que ser vulnerable te convierte en presa… ese que se parece mucho al purgatorio porque muy pocos logran después llegar al cielo.

Nadie les preguntó si tenían miedo y a qué. Ellos tampoco lo dijeron, no sabían que tenían que hacerlo. Muchos de los que llegan poco saben del asilo; solo les dijeron que se presentaran, que imploraran y que no hablaran. Por eso son presa fácil para el sistema, la ignorancia los sirve en un plato y la discrecionalidad les pone el aderezo.  El “temor razonable” tiene muchos agujeros.

Pero no debería ser así. “¿Tienes miedo?” es una pregunta obligada. Y no es solo el temor de volver a su casa, si no de ser enviados a una patria que los rechaza. No bastan acuerdos firmados ni países seguros, no bastan las organizaciones bien intencionadas o los frentes contra la discriminación, lo cierto es que México sí puede ser un país de miedo.

México no es un demonio, lo sé, lo llevo en la sangre; pero también conozco sus infiernos y sus fuegos. No cualquiera aguanta su historia y sus muertos, su contraste entre la bondad y la mezquindad del pueblo.

Además, México también tiene miedo y tampoco le han preguntado. Teme ser usado y saqueado, reconquistado y sometido ahora por centroamericanos y los güeros.